255. Trabajar los socios (y 2)
Por muy curioso y extraño que suene o parezca, los aficionados y seguidores de los equipos de fútbol pertenecen al tipo de clientes que pagan para trabajar. Como esas empresas que con aquello del sírvase usted mismo obligan al parroquiano a hacer la tarea, así, cuando alguien decide acudir a un partido de fútbol, está adquiriendo casi sin quererlo ni buscarlo el compromiso de intervenir, por la razón más peregrina que imaginarse pueda, como sujeto activo y agente a favor de uno de los equipos que disputan en el terreno de juego. Es opinión generalizada que este deporte no puede ser presenciado sin que el espectador se sienta a favor y empuje a su manera a uno de los contendientes que litigan en el estadio: “público imparcial del fútbol” suena, al decir de los filósofos, como una expresión contradictoria y sin sentido. Lo trágico no obstante de la condición de los concurrentes es que, como dice el tópico, por mucho que quieran podrán llevar en volandas al equipo pero únicamente en sueños o en ambición les es posible meter un gol o detener el penalti que ha causado la desgracia a su equipo: es una condición que le lleva al disgusto y a la frustración pero que no tiene remedio. De todas maneras conviene distinguir para una mejor precisión dos tipos de espectadores. Los que adquieren una entrada para un único festejo son los ocasionales y discontinuos y su participación es eventual; por lo general se mueven en el nivel de fidelidad-1 y se les tolera algún pecadillo de tibieza. Los otros son los seguidores estables y permanentes que no sólo han de acudir al estadio (haga frío o calor, esté nevando o se le haya estropeado el coche) sino que han de ejercer como personal entusiasta antes del encuentro, en el desarrollo del mismo y en el pos-partido. Se caracterizan porque se mueven en el grado de fidelidad-2, se sienten integrados en el club y materializan su compromiso con un carné. (Existen dos grados más fidelidad, -3 y -4, pero lo dejaremos para otra ocasión). Ahora, cuando es el turno de los aficionados o feligreses estables y permanentes, llega el momento de definir el alcance y la intensidad de la afición que sigue al Real Jaén. Por lo que se sabe, parece que por esta vez las esperanzas están siendo muy ventajosas. Y sería fantástico que se superaran las mejores expectativas, una forma segura de que La Victoria no necesitase calefacción en invierno.
256. El tercer discurso
Aunque en la vida pública es bastante
usual que los resultados de las votaciones ya se conozcan de antemano al
saberse la composición de los grupos políticos, no siempre ocurre así. Un
ejemplo se ha visto no hace mucho tiempo con las elecciones municipales en las
que algunos candidatos desconocían si iban a resultar elegidos o no. En estos
casos es habitual que el aspirante lleve preparados dos discursos diferentes
según los que ocurra en la votación: en uno con la satisfacción por haber sido
elegido, y el otro con el lamento de su desventura política. No está mal esta
práctica, algo que por otra parte hacemos todos los mortales cuando vamos a
preguntar por algún asunto de interés: un pensamiento previsto para agradecer o
mostrar la alegría de lo conseguido y otro para desahogo en la desgracia. Pues
en una situación complicada, similar a las descritas, se encuentran
posiblemente el presidente y la directiva del Real Jaén. Hay que hacer un
discurso de comienzo de la temporada. La tradición, las expectativas de los
socios y el buen sentido así lo exigen. Un discurso en el que se describan de
una u otra manera los objetivos que se esperan conseguir en el campeonato que
comienza. Y en esta ocasión ¿qué decir? Los alcaldes gozan de la ventaja de
que, una vez que se ha celebrado la votación, pueden sacar el texto preciso,
pero la tarea de los responsables del club es de resultados imprevisibles y ser
profeta no es una exigencia propia del cargo. Un optimismo desbordado que no
cumpla las expectativas provoca frustración, pero tampoco es cosa de ponerse la
venda antes del golpe o empezar el camino con un jarro de agua fría. ¿Qué decir
oficialmente? (Porque sin duda por dentro cada uno tiene sus ilusiones
secretas). Loliano de Éfeso fue un antiguo retórico al que por su honradez y
buenas cualidades habían elegido responsable del abastecimiento público en
Atenas. Una vez que hubo un problema en el mercado y la gente se alborotaba
contra él, Pancrates, un filósofo del momento, tranquilizó a la muchedumbre
diciéndole que Loliano “no vendía pan sino palabras”. El pan han de venderlo
los profesionales en el césped pero las palabras son cosas de los directivos y
éstas, como decía también otro filósofo, son el instrumento de los sabios. Es
de esperar que los responsables encuentren un tercer discurso: el de la
esperanza. Y que produzca grandes réditos para todos.
13
de agosto de 2007
257. Escobas y planchas
Mire, le dice un personaje de un cuento
de Augusto Monterroso a otro: “mire, si para ganarse la vida tiene ahora que
vender algo, no se vaya a dedicar a vender cosas pequeñas como escobas o
planchas. Eso da mucho trabajo, deja poco dinero y por lo general la gente ya
tiene una escoba y una plancha. Venda acorazados. Con uno que venda tiene
resuelto el problema suyo y de su esposa para toda la vida”. Es decir,
dejémonos de lo menor y vamos a resolver lo grande, lo importante y decisivo.
Vender escobas y planchas es perder el tiempo. Pues parece que la junta
directiva del Real Jaén sigue este consejo al pie de la letra: ocupémonos de lo
superior, que los asuntos menudos no merecen la atención y nos distraen de lo
principal. Y de esta forma, después de hacer tres descomunales, increíbles y
fantásticos milagros, ha cerrado el grifo de sus éxitos y abandonado la menudencia
y las bagatelas. La actual junta directiva, encabezada por Carlos Sánchez, ha
sido capaz, ni más ni menos, de evitar la desaparición del Real Jaén, cuya
existencia ha peligrado en más de una ocasión; abonar todas las deudas de los
profesionales de ayer y de hoy, y conseguir que sea una entidad respetada
incluso por poderes del Estado tan significativos como Hacienda; y presentar un
modelo de futuro con solidez y garantía realmente suficientes y razonables. Han
sido tres prodigios de los de verdad, de los que sólo quienes tienen unas
cualidades taumatúrgicas y portentosas excepcionales están capacitados para
realizar. Pues bien, estos espléndidos hacedores de milagros no han conseguido
resolver tres problemas, menguados sin duda, pero que dan lata e incomodan a
los socios y seguidores. Primero, el marcador de estadio, que se caracteriza
por los medios ceros, mientras en los desplazamientos del verano los hemos
visto hasta de color; tampoco los altavoces, la megafonía que en los descansos
de los partidos alcanza un volumen insufrible pero que no fue capaz de anunciar
los cambios en la alineación del equipo el día de su presentación para que los
aficionados fueran reconociendo a los nuevos jugadores; y, por último, cuando
por Internet se puede sacar una entrada para visitar la muralla china, la ópera
de Nueva York o las pirámides de Egipto, en La Victoria hay que acudir a la
ventanilla del propio campo. Y menos mal que están los Jardinillos, que por
cierto no sirven para los socios.