48.
El dueño y los aficionados
Aparecía el otro día en un
periódico de tirada nacional una carta dirigida al presidente de un club de
fútbol muy importante. La escribía un aficionado y seguidor del mismo, una de
esas personas que sienten como algo propio lo que se llama con expresión tópica
los colores del club. En ella le reconvenía y le llamaba la atención, de manera
amable y cortés desde luego, porque a su juicio el presidente había cometido
una equivocación al tomar cierta decisión basándose no tanto en los
sentimientos que caracterizan al equipo y a los aficionados sino apoyándose en
razones económicas. Se equivocó, sr. presidente, le decía, porque la identidad
del club está por encima de cualquier criterio para decidir, no tenía usted
razón en ese momento. La pregunta clave en este pequeño rifirrafe es ésta:
¿yerra el presidente cuando toma una decisión deportiva en razón de sus
intereses mercantiles y comerciales o lo hace el aficionado cuando reclama una
mayor presencia del sentimiento colectivo del club? ¿Quién de los dos disparata
o desatina? Desde luego que los dos y ninguno. Únicamente un equilibrio
razonable entre los dos poderes, el del dinero y el del sentimiento, puede
mantener vivos a los clubes de fútbol. Si cualquiera de los dos quisiera
imponerse, se acabaría todo el tinglado. No se entiende por eso cómo no se
cuida con más detalle, casi con mimo, a
los seguidores, sobre todo a aquellos que tienen a gala serlo desde siempre. Un
desbarajuste en este sentido puede dejar vacíos los campos de fútbol.
4 de Agosto de 2003.
49.
Consejeros
Dicen que la experiencia y
los buenos consejos son una fuente de sabiduría para andar por la vida con
provecho y algo de éxito. La experiencia porque nos enseña lo que pasa cuando
pasa lo que pasa, y los consejos porque son como la experiencia de otros que ya
han deambulado, y seguramente tropezado, por rincones por los que transitamos
nosotros. Por eso, aunque hay muchos refranes que se burlan de los que dan
consejos gratuitos y sin mucho calibre, toda la gente prudente pide y reclama
una opinión o un asesoramiento, como se dice ahora de manera más moderna, de
quienes piensan que saben más de la vida y de las cosas. Y eso fue lo que hizo
el presidente del Real Jaén al comienzo de la temporada pasada. Tras confesar
de manera honesta sus márgenes de desconocimiento del fútbol, aseguró, y así lo
hizo, que ya tenia previsto un equipo de asesores que le aconsejarían lo mejor
para el club y el equipo. El problema vino después, como ya es sobradamente
conocido, porque la suerte no le acompañó y tuvo unos guías equivocados que
casi nos llevan a la Tercera División. Por la razón que fuese, esos asesores no
acertaron en la planificación del equipo y tuvimos una temporada que es mejor
olvidarla. Este año sigue con la idea de buscar expertos que le recomienden y
para ello ha creado un consejo asesor, del que espera, y todos nosotros también
por la cuenta que nos trae, que acierte a la hora de proponer acciones
razonables y beneficiosas para el equipo.
11 de Agosto de 2003.
50.
Sociedades anónimas deportivas
Las crónicas explican que
los motivos que llevaron a las autoridades públicas a aprobar la transformación
de los clubes en sociedades anónimas deportistas eran el despilfarro y el
derroche en que estaban metidos. Y que, con el propósito de evitar las alegrías
financieras de los directivos, no vieron otro camino sino responsabilizarles a
ellos y a su bolsillo de tanto desatino, esperando que de esa forma serian
mucho más prudentes. Y que una consecuencia perversa de esa decisión fue que
hubo que olvidar la idea romántica y sentimental de que los clubes pertenecen a
la sociedad, a sus aficionados o a sus seguidores. Ahora, pasado el tiempo, la
experiencia nos apunta que la dilapidación no sólo no se ha corregido sino que
sigue en un aumento cada vez más escandaloso.
Los clubes por el contrario sí que se han convertido en verdaderas empresas
privadas mientras los socios y ciudadanos no tienen apenas nada que decir ya
que su contribución económica, a través de las cuotas o las entradas, es
escasamente relevante con los excesos que se viven en el fútbol. Aunque no lo
digamos mucho por lo desagradable que resulta recordarlo, el fútbol es un
negocio particular. Sin embargo la historia y los hechos dicen otra cosa: ¿Cómo
se justifica si no la subvención pública del Ayuntamiento? ¿Y el patrimonio que
representa el contenido de la carta que apareció el pasado jueves en este
Diario? Y ya decía Cervantes que ninguna historia es mala como sea verdadera.
18 de Agosto de 2003.
51.
Otra solución (funcionarial) para el fútbol
Para nuestro propósito de
proponer algo que mejore las estructuras del fútbol y facilite su consistencia,
podemos partir del reconocimiento de dos realidades cuya existencia es evidente
y conocida de todos. La primera es que el fútbol es un sistema que cumple una
imprescindible función social, que de momento no tenemos con qué sustituir y
cuya pérdida sería una catástrofe para las relaciones sociales, el solaz y el
descanso de los ciudadanos. La segunda realidad hace referencia a la estructura
de las instituciones que lo organizan, es decir, los clubes, y consiste en que
en este momento la deuda de estas entidades con la Hacienda y otros organismos
públicos es tan monstruosa que podemos decir que de alguna manera nuestros
impuestos son uno de los sostenedores más importantes que están financiando el
funcionamiento, incluido el despilfarro, del fútbol. A la vista de estas dos
circunstancias parece sensato concluir que esta situación tan anómala debe ser
corregida lo antes posible y debe solucionarse de una vez por todas con
carácter definitivo y sin ningún tapujo. Y así, puesto que el refranero asegura
que a grandes males, grandes remedios,
una solución muy simple sería reconocer las cosas como están, nacionalizar el
fútbol, hacer funcionarios del Estado a todos los jugadores y establecer como
sistema de acceso a esta profesión la del sistema general, las oposiciones. De
esta forma garantizaríamos a los aficionados y al público en general la continuidad
del espectáculo y todos seríamos tan felices que hasta comeríamos perdices.