FEBRERO 2004


74. Premios y castigos

Desde que empezó la liga, el Real Jaén, como probablemente ocurre con casi todos los equipos, ha recibido muchos galardones, tantos como partidos se llevan jugados. Han sido premios de los que llamamos morales, es decir, internos, subjetivos e íntimos porque se llevan dentro, y consisten en la satisfacción por el deber cumplido, por haberse esforzado del todo en hacer bien las cosas, fuesen cuales fuesen los resultados, que eso es harina de otro cantar y ni siquiera depende de la simple voluntad de los protagonistas. Son de los que se describen con aquello de jugar como nunca y perder como siempre. Premios morales, que ofrecen el beneficio de la conciencia relajada pero que al final ni quedan en la historia ni sirven para otra cosa que para poder dormir con tranquilidad, a pierna suelta. Además también ha conseguido otros premios en especie. No tantos como nos gustaría aunque tampoco está tan mal la cosa, siempre que no se estropee ni se fastidie el asunto. Son premios externos, objetivos y contables que, si son suficientes, suponen el éxito, la gloria y casi la felicidad.
          En el partido de ayer ocurrió una de estas circunstancias. La retribución fue en metálico, en incremento de rentas deportivas. Y ocurrió como quien no quiere la cosa, casi sin darse cuenta. Porque el equipo se encontró de pronto en una posición ventajosa que en los últimos tiempos pocas veces ha conocido. Así discurrió todo el acontecimiento: monótono, seguro y como si fuera un trámite. Incluso fue un premio general, que tampoco es bueno ni saludable pasar un par de horas con el ánimo encogido y hace falta en alguna que otra ocasión vivir la realidad relajados y en paz.
         Y no pongamos más inconvenientes: todo fue calmado, con buenas formas y corrección entre los profesionales: ya se conseguirán tres o cuatro goles en algún momento de los tiempos. Lo único que jaleó el ambiente fue el árbitro que castigó a los jugadores, sacándoles no menos de doscientas o trescientas tarjetas y que a los que lean este dato en la crónica les parecerá que debió haber ocho o diez muertos y ni se sabe cuántos heridos graves.  

2 de Febrero de 2004.                          Real Jaén, 2; Marbella, 0.

 75. El muro y las goteras

         En el plano deportivo no acaba de despegar el Real Jaén. Al final, por unas cosas o por otras, parece como si, cuando intentamos progresar hacia arriba, nos saliera al encuentro y se interpusiera en nuestro camino un muro o una pared que nos corta el paso y nos impide continuar adelante, escaparnos de los lugares lúgubres y hoscos de la parte de abajo. Al fin y al cabo la civilización ha determinado que los vencedores estén arriba.
Es una sensación como la que provocan esas películas antiguas, elementales, primarias y normalmente mudas, en las que, cuando el protagonista pretende avanzar un par de pasos, siempre le aparece delante un policía o un negro grande (los negros dirán: un blanco, lo que a la vista de la historia parece darles la razón) que amenaza con la porra o con el cuartelillo. Y no hay manera. Ni aprovechando una distracción ni lanzando un señuelo que lo atraiga. Imposible cruzar la calle para alcanzar la otra acera, la de los privilegiados.
A lo mejor es que la capacidad del equipo es menor que la deseada, por más ilusiones que nos hagamos; o que no fueron seleccionados adecuadamente los fichajes a comienzo de la temporada y se equivocaron quienes los eligieron; o que hay errores en los planteamientos técnicos y tácticos; o que subyace una distorsión sicológica. Y también, por supuesto y esto es seguro, que intervienen en la construcción del muro el capricho y las veleidades de las Parcas, esas tres mujeres de la mitología que mueven la rueca con los hilos que señalan y distinguen a los afortunados de los desdichados.
Habrá que horadar ese tabique como sea. Montando un terraplén, excavando un túnel o, mejor aun, provocando lluvia para que las goteras lo destrocen poco a poco, que es una estrategia inteligente. Y, puesto que aun queda mucha esperanza por medio, entre todos habrá que inventar un nuevo ánimo ya que sólo con un remedio común es posible torcerlas a nuestro favor. Por lo menos que no se pueda decir que nuestros males, como distingue Cervantes, son de culpa, de los que nos causamos a nosotros mismos y no de daño, que vienen de fuera.

9 de Febrero de 2004.                  Écija, 1; Real Jaén, 0.


76. Estar muy contentos

         Es una verdad como un templo, reconocida en todas partes, la afirmación de que el deporte no da la felicidad a los seguidores y espectadores porque a fin de cuentas no cambia la vida ni la realidad. Y asimismo lo es que sin embargo provoca un estado de ánimo acompasado al desarrollo de los acontecimientos, según sean tristes o alegres. Por eso, cuando éstos son rotundamente agradables, entran ganas de dejar las cosas como están, de no tocar ni analizar nada y simplemente disfrutar sin más de lo placentero. Seguir, aunque parezca excesivamente rutilante, aquello de Juan Ramón Jiménez de no le toques más, que así es la rosa.
Porque, como todo el mundo ya debe saber, en el partido del Real Jaén de ayer se batieron un montón marcas agradables y positivas relacionadas con los jugadores, el equipo, el club y hasta el nuevo estadio. Y por supuesto con la actual directiva, que ojalá empiece a ver cómo la gente se acaba animando y se crea una piña en torno al club y al equipo. Si es verdad que al campo de fútbol se va, como mínimo, a pasar un buen rato, ayer éste fue tan bueno y apetecible que pareció demasiado corto. Sobre todo cuando hacía tanto tiempo que no ocurría algo así.
         A pesar de todo, como en los sermones clásicos que solían ser sabios, es interesante acabar con una moraleja, que la vida sigue y no está acabada ni mucho menos la faena. Y es que hay una teoría de un filósofo (que nos viene como anillo al dedo) que asegura que, cuando se hacen pronósticos o vaticinios, optimistas o pesimistas, éstos tienden a cumplirse en mayor medida cuando los protagonistas se sienten implicados en ellos. Se llama la profecía autocumplida y es como cuando decimos, por ejemplo, que algo es un desastre y nos convencemos de tal manera de ello que con nuestra actitud acabamos haciendo que en verdad lo sea. Bueno, pues aquí de lo que se trata ahora es de convencerse en serio de que aun es posible alcanzar la liguilla de promoción aunque sigamos a nueve puntos. Valga un dato: la última vez que se consiguió hace dos años, cuando faltaban dos partidos para acabar la liga, el equipo perdió en Écija y quedó a merced de los resultados ajenos. Y desde Orense llegamos a Segunda A. Después se ascendió. Pues eso.

16 de Febrero de 2004.                  Real Jaén, 4; Betis B, 0.

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77.  Algo es algo

No acaba el equipo del Real Jaén de dar imagen de un colectivo sólido y firme. Tampoco es que se muestre como una sociedad frágil y quebrantada. De ninguna manera. A lo largo de los meses que dura la competición, va dibujando una figura razonablemente consistente que justifica la esperanza de acabar bien las cosas. Poco a poco proyecta mayor seguridad.
Pero, como si le faltara alcanzar el último escalón de un proyecto deportivo consolidado, a la hora de la verdad se le escapa de la mano el acierto y no termina de asomarse al grupo de los mejores ni de los que aspiran por su cercanía a ello. Cada vez más se mueve en el territorio ambiguo de querer y no poder, de ser reconocido como grande en su nivel pero sin que ejerza esa grandeza. Es lo que ha ocurrido con el resultado del partido de ayer, al margen de los avatares internos del juego y las incidencias viajeras de tan regular fortuna. Después del espléndido triunfo del domingo anterior, hubiera sido muy importante adobar una tarea que no sólo le hubiera permitido acercarse un par de puntos sino empezar a proporcionar una presencia pública atractiva que anime al ambiente y contagie de entusiasmo a la gente. No pudo ser.
         Pero algo es algo. Y tampoco las cosas han salido tan mal. Al fin y al cabo las últimas salidas, salvo alguna excepción, empiezan a ser más rentables.
         Decía hace unos meses Edi, un importante payaso del circo Saltimbanco, que al público le gusta que los profesionales cometan errores alguna que otra vez porque ello permite mostrar las dificultades que encierran las actuaciones del espectáculo. Si algo no sale, es cuando se dan cuenta de la complicación de lo que están haciendo. Si lo logras al segundo intento, asegura, aplauden más. Lo que viene a ser algo así como los pasos hacia atrás que ejecuta el deportista para tomar impulso antes de dar el salto de competición. Y, si mantenemos la teoría ya citada en anteriores ocasiones, la de la profecía autocumplida, de la incidencia que tiene el ánimo del protagonista a la hora de conseguir lo que se anuncia que va a suceder, no queda otra opción que ver las cosas con esperanza. Que ésta, dicen, es lo último que se pierde.

23 de Febrero de 2004.                  Universidad de Las Palmas, 1; Real Jaén, 1.