74.
Premios y castigos
Desde
que empezó la liga, el Real Jaén, como probablemente ocurre con casi todos los
equipos, ha recibido muchos galardones, tantos como partidos se llevan jugados.
Han sido premios de los que llamamos morales, es decir, internos, subjetivos e
íntimos porque se llevan dentro, y consisten en la satisfacción por el deber
cumplido, por haberse esforzado del todo en hacer bien las cosas, fuesen cuales
fuesen los resultados, que eso es harina de otro cantar y ni siquiera depende
de la simple voluntad de los protagonistas. Son de los que se describen con
aquello de jugar como nunca y perder como siempre. Premios morales, que ofrecen
el beneficio de la conciencia relajada pero que al final ni quedan en la
historia ni sirven para otra cosa que para poder dormir con tranquilidad, a pierna
suelta. Además también ha conseguido otros premios en especie. No tantos como
nos gustaría aunque tampoco está tan mal la cosa, siempre que no se estropee ni
se fastidie el asunto. Son premios externos, objetivos y contables que, si son
suficientes, suponen el éxito, la gloria y casi la felicidad.
En el partido de ayer ocurrió una de estas
circunstancias. La retribución fue en metálico, en incremento de rentas
deportivas. Y ocurrió como quien no quiere la cosa, casi sin darse cuenta.
Porque el equipo se encontró de pronto en una posición ventajosa que en los
últimos tiempos pocas veces ha conocido. Así discurrió todo el acontecimiento:
monótono, seguro y como si fuera un trámite. Incluso fue un premio general, que
tampoco es bueno ni saludable pasar un par de horas con el ánimo encogido y
hace falta en alguna que otra ocasión vivir la realidad relajados y en paz.
Y no pongamos más inconvenientes: todo
fue calmado, con buenas formas y corrección entre los profesionales: ya se
conseguirán tres o cuatro goles en algún momento de los tiempos. Lo único que
jaleó el ambiente fue el árbitro que castigó a los jugadores, sacándoles no
menos de doscientas o trescientas tarjetas y que a los que lean este dato en la
crónica les parecerá que debió haber ocho o diez muertos y ni se sabe cuántos
heridos graves.
2
de Febrero de 2004. Real Jaén, 2;
Marbella, 0.
75. El muro y
las goteras
En el plano deportivo no acaba de
despegar el Real Jaén. Al final, por unas cosas o por otras, parece como si,
cuando intentamos progresar hacia arriba, nos saliera al encuentro y se
interpusiera en nuestro camino un muro o una pared que nos corta el paso y nos
impide continuar adelante, escaparnos de los lugares lúgubres y hoscos de la
parte de abajo. Al fin y al cabo la civilización ha determinado que los
vencedores estén arriba.
Es
una sensación como la que provocan esas películas antiguas, elementales,
primarias y normalmente mudas, en las que, cuando el protagonista pretende
avanzar un par de pasos, siempre le aparece delante un policía o un negro
grande (los negros dirán: un blanco, lo que a la vista de la historia parece
darles la razón) que amenaza con la porra o con el cuartelillo. Y no hay
manera. Ni aprovechando una distracción ni lanzando un señuelo que lo atraiga.
Imposible cruzar la calle para alcanzar la otra acera, la de los privilegiados.
A
lo mejor es que la capacidad del equipo es menor que la deseada, por más
ilusiones que nos hagamos; o que no fueron seleccionados adecuadamente los
fichajes a comienzo de la temporada y se equivocaron quienes los eligieron; o
que hay errores en los planteamientos técnicos y tácticos; o que subyace una
distorsión sicológica. Y también, por supuesto y esto es seguro, que
intervienen en la construcción del muro el capricho y las veleidades de las
Parcas, esas tres mujeres de la mitología que mueven la rueca con los hilos que
señalan y distinguen a los afortunados de los desdichados.
Habrá
que horadar ese tabique como sea. Montando un terraplén, excavando un túnel o,
mejor aun, provocando lluvia para que las goteras lo destrocen poco a poco, que
es una estrategia inteligente. Y, puesto que aun queda mucha esperanza por
medio, entre todos habrá que inventar un nuevo ánimo ya que sólo con un remedio
común es posible torcerlas a nuestro favor. Por lo menos que no se pueda decir
que nuestros males, como distingue Cervantes, son de culpa, de los que nos
causamos a nosotros mismos y no de daño, que vienen de fuera.
9
de Febrero de 2004. Écija,
1; Real Jaén, 0.
76.
Estar muy contentos
Es una verdad como un templo, reconocida en todas partes, la
afirmación de que el deporte no da la felicidad a los seguidores y espectadores
porque a fin de cuentas no cambia la vida ni la realidad. Y asimismo lo es que
sin embargo provoca un estado de ánimo acompasado al desarrollo de los
acontecimientos, según sean tristes o alegres. Por eso, cuando éstos son
rotundamente agradables, entran ganas de dejar las cosas como están, de no
tocar ni analizar nada y simplemente disfrutar sin más de lo placentero.
Seguir, aunque parezca excesivamente rutilante, aquello de Juan Ramón Jiménez
de no le toques más, que así es la rosa.
Porque,
como todo el mundo ya debe saber, en el partido del Real Jaén de ayer se
batieron un montón marcas agradables y positivas relacionadas con los
jugadores, el equipo, el club y hasta el nuevo estadio. Y por supuesto con la
actual directiva, que ojalá empiece a ver cómo la gente se acaba animando y se
crea una piña en torno al club y al equipo. Si es verdad que al campo de fútbol
se va, como mínimo, a pasar un buen rato, ayer éste fue tan bueno y apetecible
que pareció demasiado corto. Sobre todo cuando hacía tanto tiempo que no
ocurría algo así.
A pesar de todo, como en los sermones clásicos que solían
ser sabios, es interesante acabar con una moraleja, que la vida sigue y no está
acabada ni mucho menos la faena. Y es que hay una teoría de un filósofo (que
nos viene como anillo al dedo) que asegura que, cuando se hacen pronósticos o
vaticinios, optimistas o pesimistas, éstos tienden a cumplirse en mayor medida
cuando los protagonistas se sienten implicados en ellos. Se llama la profecía
autocumplida y es como cuando decimos, por ejemplo, que algo es un desastre y
nos convencemos de tal manera de ello que con nuestra actitud acabamos haciendo
que en verdad lo sea. Bueno, pues aquí de lo que se trata ahora es de
convencerse en serio de que aun es posible alcanzar la liguilla de promoción
aunque sigamos a nueve puntos. Valga un dato: la última vez que se consiguió
hace dos años, cuando faltaban dos partidos para acabar la liga, el equipo
perdió en Écija y quedó a merced de los resultados ajenos. Y desde Orense
llegamos a Segunda A. Después se ascendió. Pues eso.
16 de Febrero de 2004. Real Jaén, 4; Betis B, 0.
.
77. Algo es algo
No
acaba el equipo del Real Jaén de dar imagen de un colectivo sólido y firme.
Tampoco es que se muestre como una sociedad frágil y quebrantada. De ninguna
manera. A lo largo de los meses que dura la competición, va dibujando una
figura razonablemente consistente que justifica la esperanza de acabar bien las
cosas. Poco a poco proyecta mayor seguridad.
Pero,
como si le faltara alcanzar el último escalón de un proyecto deportivo
consolidado, a la hora de la verdad se le escapa de la mano el acierto y no
termina de asomarse al grupo de los mejores ni de los que aspiran por su
cercanía a ello. Cada vez más se mueve en el territorio ambiguo de querer y no
poder, de ser reconocido como grande en su nivel pero sin que ejerza esa
grandeza. Es lo que ha ocurrido con el resultado del partido de ayer, al margen
de los avatares internos del juego y las incidencias viajeras de tan regular
fortuna. Después del espléndido triunfo del domingo anterior, hubiera sido muy importante
adobar una tarea que no sólo le hubiera permitido acercarse un par de puntos
sino empezar a proporcionar una presencia pública atractiva que anime al
ambiente y contagie de entusiasmo a la gente. No pudo ser.
Pero algo es algo. Y tampoco las cosas
han salido tan mal. Al fin y al cabo las últimas salidas, salvo alguna
excepción, empiezan a ser más rentables.
Decía hace unos meses Edi, un
importante payaso del circo Saltimbanco, que al público le gusta que los
profesionales cometan errores alguna que otra vez porque ello permite mostrar
las dificultades que encierran las actuaciones del espectáculo. Si algo no
sale, es cuando se dan cuenta de la complicación de lo que están haciendo. Si
lo logras al segundo intento, asegura, aplauden más. Lo que viene a ser algo
así como los pasos hacia atrás que ejecuta el deportista para tomar impulso
antes de dar el salto de competición. Y, si mantenemos la teoría ya citada en
anteriores ocasiones, la de la profecía autocumplida, de la incidencia que
tiene el ánimo del protagonista a la hora de conseguir lo que se anuncia que va
a suceder, no queda otra opción que ver las cosas con esperanza. Que ésta,
dicen, es lo último que se pierde.