FEBRERO 2007


229. De dinero y santidad…

Conocer las verdaderas intenciones por las que un empresario, se supone triunfador, se ofrece a invertir cientos de millones en una empresa en principio bastante ruinosa es un misterio impenetrable. Pero, más allá de esos propósitos cualesquiera que fuesen, la verdad es que se ofreció y se comprometió públicamente con toda la parafernalia un proyecto para el Real Jaén, a cinco años como mínimo y las máximas expectativas, que muy pronto ha empezado a tener grietas, graves goteras. Como una casa que se cae cuando aun no están puestos los cimientos o el coche de carreras que choca en la parrilla de salida. ¡Muy presto para empezar a dar tumbos con la primera copa! Quedan en la entidad unos cuantos asuntos económicos sin resolver, como la romería a que se ve obligado el equipo por no tener el campo satisfactorio de entrenamiento prometido o la deuda con la AFE, por citar algunos. Mas el problema gravísimo es la dificultad de cobro que tienen los profesionales, una situación que además de zaherir a los afectados, deteriora la imagen de la entidad, que ya empieza a ser citada como morosa en la prensa española. Quienes somos legos en el arte del negocio y en el del saber de la economía nos aturrullamos con algunas expresiones y frases de alto alcance técnico si bien es verdad que hay otras que se entienden un poco, como lo de financiar con déficit, que a fin de cuentas es entramparse, o tener músculo económico que viene a ser como gozar de poder económico. Lo de falta de liquidez, que es la causa aducida para el conflicto, suena un poco a como el que no tiene suelto porque ha dejado la cartera en casa. O al que se le ha olvidado la tarjeta para sacar dinero de la máquina, y le pide al compañero que le preste algo para salir de algún apuro. Una circunstancia que todos hemos vivido en alguna ocasión. Pero, cuando esta conducta empieza a repetirse más de la cuenta, es lógico que empiecen las sospechas. Es obvio que, aunque no desembolsara más dinero, siempre habría que reconocerle lo que ha sufragado hasta ahora pero tanta falta de liquidez, además de generar una terrible desconfianza y desesperanza, le está sonando al castizo como lo de aquella sentencia popular, que “de dinero y santidad, la mitad de la mitad”, dicho sea sin ánimo de ofender. Y, al final, la solución se vislumbra que viene de donde siempre. ¡La vida! (Y ¡vaya partido el de ayer!).

5 de febrero de 2007            Écija, 3; Real Jaén, 3

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230. Científicamente

Imágenes como ésta con pleno de aficionados
 y la compañía de una peña son una fuente 
de estímulo muy grato.  Foto: Diario Jaén
Mucha gente sabe que Albert Camus, el importante escritor francés de novelas como “La peste” o “El extranjero”, premio Nobel de Literatura, era un entusiasta del fútbol, del que escribió en más de una oportunidad y, además, lo practicaba. Lo malo para él es que jugó en un par de equipos de los que contaba que “perdían partidos que científicamente deberían haber ganado”, jugando con la palabra ciencia un poco en broma, un poco en serio. Como puede suponerse, lo que en realidad quería decir es que se les escapaban resultados que tenían que haber sido victorias, ¡vamos, que salían derrotados cuando tenían, como decimos familiarmente, todas las de ganar! Y un poco así era la situación antes y en el partido que ayer tenía que jugar el Real Jaén. Aplicando los baremos convencionales que hacen más favorito a un equipo sobre otro, como el lugar de la clasificación en la liga (que es la consecuencia de todos los resultados conseguidos), considerando como una ventaja natural el jugar en casa (sobre todo después de la marcha victoriosa que lleva el equipo en La Victoria) y hasta citando la opinión de algún jugador del equipo contrario ("el Jaén tiene un equipazo; vas mirando jugador por jugador y son muy buenos"), se podía entender que “científicamente” el Real Jaén tenía que ganar al Villanueva de Córdoba. Precisamente una de las características que tiene la ciencia es que, cuando es rigurosa, o sea es realmente ciencia, permite pronosticar y anticipar lo que va a pasar. Cuando se consigue demostrar que si se da una causa, se va a producir necesariamente una consecuencia o un efecto, podemos anticipar con seguridad de acertar que va a ocurrir lo que está previsto. Puestas las condiciones de los equipos contendientes en el partido de ayer y, siguiendo la broma de Camus, podía decirse que científicamente era seguro que el Real Jaén ganaría al Villanueva. Pues sin embargo no ocurrió así, y lo de acreditado y cierto quedó en entredicho. ¿Por qué? La explicación es muy sencilla: la suma de causas nunca es completa porque en un encuentro influyen tantos factores (desde el viento hasta el dolor de cabeza o la grave preocupación de algún protagonista) que es imposible asegurar con certeza qué va a ocurrir. Por eso este juego de sí o no tiene su encanto, aunque ayer perjudicara a nuestro equipo. Ya habrá otra oportunidad.

12 de Febrero de 2007              Real Jaén, 0; Villanueva de Córdoba, 0


231. Autoridad y poder

         En la vida hay veces en las que se acumulan un montón de lo que podríamos llamar pequeñas desgracias que, sin hacernos gravemente menesterosos, nos fastidian más de la cuenta y nos dejan un sabor amargo. Es como eso de llevar chinitas en el zapato o que a uno le invadan los mosquitos, que por supuesto no llevan peligro de muerte pero mortifican y desagradan un rato. Pues algo así le ha estado pasando estas últimas semanas al Real Jaén en el plano deportivo, porque de lo otro ya está dicho todo lo que hay que decir. Pero en el ámbito competitivo sí que ha habido algo de esos picores que molestan pero no matan y le han cortado un poco el cuerpo. El ejemplo más visible es la actuación del árbitro en el partido del sábado. Y no ya porque le perjudicara ostensiblemente, que al final viene a ser lo de menos y tan lamentable e injusto hubiese sido al contrario, sino porque fue un modelo patente de cómo puede destrozarse un partido por exceso de poder y falta de autoridad. La actuación del árbitro manifestó claramente su desconocimiento de la distinción entre los factores ponderables y los imponderables de cualquier actividad social. Los primeros son objetivos, que no cabe interpretar más que en un solo sentido: la distancia de una barrera ante una falta o las dimensiones del terreno de juego no son opinables. O están dentro de lo legislado o no lo están. Pero los coeficientes imponderables son aquellos que sólo valen subjetivamente, que exigen ser interpretados: el nivel de violencia de una entrada o las maniobras dilatorias para perder tiempo, son fenómenos cualitativos y no cuantitativos. Y aquí en este terreno es donde falló estrepitosamente el árbitro. Si aceptamos aquella antigua y conocida distinción que hacían los romanos entre autoridad y poder, hay que dejar claro que su actuación fue la propia de quien no se siente seguro de la primera y tiene que echar mano del poder que le proporcionan los reglamentos. Su proceder de un continuo y absurdo ¡ojo, que aquí mando yo!, mezclando el concepto de tarjeta con el de falta, sólo sirvió para destrozar el fútbol. Una cosa es una equivocación precisa en una jugada y otra el estilo, formalmente altanero, de quien actúa carente de preeminencia y condición, justo en un partido que se caracterizó por la cortesía y la buena educación de sus protagonistas. Actuaciones así no deberían permitirse.

19 de Febrero de 2007                  Portuense, 1; Real Jaén, 1


232. La ley de la gravedad

¡A ver qué remedio queda y qué es lo que se puede hacer! Son las leyes físicas que rigen el mundo y contra ellas hay escasas, o nulas, posibilidades de maniobra. Resulta que por todas las circunstancias que se movían en torno al partido de ayer, incluyendo la admirable y portentosa buena imagen que el Cartagena había dejado en la visita a La Victoria, el Real Jaén sufría una muy dura y sombría amenaza a cuenta de la ley de la gravedad, esa manera que tiene la Naturaleza de comportarse haciendo que las cosas caigan y vaya para abajo, en lugar de hacerlo hacia arriba. De acuerdo con ese código, los objetos y las personas, salvo que algo lo impida, tienden naturalmente a desplazarse desde lo alto a lo bajo, descienden y no ascienden. Y como una consecuencia derivada de ello es la regla general de la vida, que se confirma a cada instante, de que se va para abajo mucho más rápido que para arriba, vamos que es más fácil caerse que subir hasta el cielo. Y eso es lo que está padeciendo el Real Jaén desde hace no demasiado tiempo. ¡Con lo que le costó ir remontando escalones hasta llegar a los puestos de la gloria y privilegio en la clasificación! Pasaron semanas y semanas, que parecían eternas, en ese duro y difícil proceso. Jornadas hubo en las que, a pesar de haber ganado el partido de turno, el equipo continuaba clasificado en el mismo puesto. ¡Con lo abrupto, fatigoso y duro que resultó! Pues ahora, como de golpe, da la impresión de que se ha perdido casi todo el tesoro. Aunque objetivamente no sea así ni resulte necesario andar llorando por las esquinas la tragedia inevitable de que ya poco queda por hacer, porque en realidad hay mucha esperanza todavía, da la impresión, sobre todo después del desconsuelo del partido de ayer, de que se ha dilapidado la fortuna acumulada. El primer traspié de este último ciclo aconteció en Écija pero las particularidades del partido tranquilizaron todas las conciencias futbolísticas de unos y de otros, de todos. Sin embargo desde esa tarde todo ha sido un sometimiento pleno a la ley de la gravedad: bajar y bajar, tropezones y caída. ¿Qué ha ocurrido para llegar hasta aquí? Ahora resulta imprescindible la calma para averiguar las causas y resultarían imprudentes los análisis a la ligera. En todo caso, podemos recordar aquella llamada de angustia del poeta Juan Ramón Jiménez cuando reclamaba: inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas.

26 de Febrero de 2007                   Cartagena, 3; Real Jaén, 0