96. La globalización del fútbol
La
Copa de Europa de Portugal ha puesto de relieve una vez más las ventajas de una
de los más interesantes normas que todos sabemos que favorecen la vida en común
de la gente. Bien es cierto que habitualmente se aplica sólo al ámbito de lo
político pero desde luego es recomendable a cualquier escena social. Se trata
de aquel principio que asegura que no hay mejor remedio para resolver los
problemas internos de una ciudad, un país o un colectivo, que buscarse un
enemigo externo con el que la colectividad tenga que competir o pelear. La
necesidad de enfrentarse a una potencia extranjera, futbolísticamente se
entiende en este caso, ha aglutinado a todos los ciudadanos de cada uno de los
países participantes en torno a sus símbolos más representativos.
Pero la energía que origina y produce
esta situación no debe ser desaprovechada. Parecería un lujo de nuevos ricos
despilfarrar la fuerza que generan estas situaciones y a alguien se le ha
ocurrido que podría utilizarse en beneficio de todos. ¿Cómo prescindir de un
entusiasmo colectivo tan intenso, tan fuerte y tan animoso en torno a un
equipo, una bandera, un himno, unos colores y unos objetivos?.
Hagamos
rentable la lección. ¿Tenemos problemas en constituir vitalmente Europa? ¿Los
ciudadanos europeos se sienten ajenos a sus instituciones?. Organicemos una
super-liga mundial, en la que puedan intervenir unos doce equipos que
representen a todo el Planeta. Puede hacerse por localizaciones geográficas. En
África, por ejemplo, se harían cuatro equipos: el África mediterránea, el
Sahel, África central y el Sur. O también por los organismos supranacionales
que piensan en una posterior unión política.
Ya ha habido quien ha dicho que la UE
se constituirá vitalmente y los ciudadanos se sentirán integrados el día que
Europa tenga un ejército que actúe en su nombre o un equipo de fútbol que
popularice un himno, una bandera, unos colores y unos objetivos. Es una de las
dos lecciones fundamentales que ha confirmado la experiencia portuguesa.
5
de Julio de 2004.
97. Goles para vivir
Junto
a la capacidad casi mágica que tiene el fútbol de que todos los que pertenecen
a una misma comunidad se aglutinen juntos y entusiasmados en torno a una
bandera, un himno, un escudo, unos colores y unos objetivos, las crónicas
portuguesas han confirmado otra experiencia de la que estamos todos convencidos
pero que no obstante no es malo volver a reconocer. Es la capacidad de
ensoñación que produce esta actividad, tal como está organizada y es vivida por
tantísima gente. La euforia, la alegría y el alborozo que crea algo tan simple
como conseguir un gol.
Los científicos se han ocupado muchas
veces en analizar este fenómeno que supone consecuencias casi prodigiosas. Pero
lo que más impresiona es esa gigantesca autoestima colectiva que permite a cada
persona ver la vida de otra manera sin que la vida misma haya cambiado nada.
Que, sin haberse modificado para nada su situación personal (mantiene los
mismos problemas y las mismas alegrías; no se ha hecho ni más rico ni más
pobre) sin embargo por la calle, en la casa, en el trabajo y con los amigos
todo el mundo está y se siente más contento, más feliz. La vida ha adquirido de
pronto un color y una luz que antes no tenía. Porque lo normal es que uno se
ponga muy contento cuando supera una enfermedad, encuentra trabajo si está en
paro o le toca la lotería. Pero el éxito del equipo no transforma nada y sin
embargo tiene efectos absolutamente beneficiosos para la moral y el delirio
común.
Y es que, como ya opinaba Wenceslao
Fernández Flores, a pesar de la urgencia de bienes básicos y de tantas
necesidades como se tenían (escribe en 1949), lo que en realidad hacía falta
para resolver problemas no eran sino goles. El caso es que todos los domingos y
días de fiesta, decía, centenares de miles de compatriotas van a buscar su
ración de goles que, decía sin duda exagerando, hacen falta lo mismo que hace
falta trigo y caucho y gasolina y algodón.
El
gol en realidad es una quimera pero el entusiasmo, que incluso se debe
conseguir antes del triunfo, resulta imprescindible como el aire.
12
de Julio de 2004.
98. Kilómetro cero
Dicen los libros que una de las
cualidades que nos diferencian a los hombres del resto de los animales es que,
mientras que ellos están sometidos a lo que tienen delante y no pueden mirar
más allá de lo inmediato, nosotros los humanos poseemos el pasado, el presente
y el futuro y, como consecuencia de ello, podemos y sabemos hacer proyectos,
programar el camino a recorrer y planificar las cosas y en cierto modo hasta la
vida misma.
Dejando a un lado lo del resto de los
animales, que vaya usted a saber de lo que son capaces, la verdad es que
siempre andamos metidos en planes, propósitos, intenciones y objetivos. Nos
resulta tan imprescindible esta forma de organización que sabemos que no
llegaríamos muy lejos si dejamos todo al azar, a lo que resulte o lo que salga.
La experiencia nos enseña cada día a todos que, si hasta preparando hasta el
último detalle nos falla tantas veces lo que pretendemos conseguir, poco
podemos esperar si nos lanzamos sin una preparación adecuada. Únicamente los
imprudentes, que los hay y son más de lo que parece en el mundo deportivo, y
los muy afortunados, aquellos que tienen a su lado un genio de la lámpara
dadivoso y derrochador, pueden permitirse el lujo de organizar el trabajo y su
vida sin más contemplaciones.
Hablando de fútbol y del Real Jaén,
estamos justamente en el momento preciso para cerrar la fase teórica y empezar
desde el kilómetro cero el nuevo trayecto que impone de manera impasible el
calendario. En el marco del proyecto global que ofreció el actual equipo
dirigente, es ahora cuando se abre la oportunidad de concretar en la realidad
las esperanzas y las ilusiones suscitadas. La travesía por el mundo de la
competición oficial es la única prueba del acierto o desacierto de lo
planificado, excluido naturalmente el capricho de los dioses a la hora de
repartir la fortuna y la (buena o mala) suerte.
Por lo que se conoce de cómo están
funcionando las cosas en la entidad, parece que hay un buen trabajo y que el
único capítulo que no acaba de funcionar es la colaboración ciudadana, un
asunto delicado que merece una reflexión propia.
19
de Julio de 2004.
99. Teruel existe
Muchos
recordarán cómo hace un par de años los habitantes y ciudadanos de Teruel
lanzaron una campaña propagandista en la que trataban de mostrar y demostrar
que su tierra y su gente apenas tenían protagonismo en la vida social española
y en los medios de comunicación. Se quejaban, por supuesto, de la falta de
inversiones, públicas y privadas, pero daba la impresión de que en el fondo lo
que más les dolía era el olvido casi generalizado, que ellos creían, de su
existencia. Nadie se acuerda, venían a decir, de nosotros, de que estamos aquí.
Desde entonces aquella campaña ha pasado a ser referencia inevitable cuando
alguien empieza a pensar en su marginación.
Tiene bastante relación este episodio
con el comentario que hacía un aficionado y seguidor del Real Jaén cuando decía
que, mientras en otras ciudades hablan en primer lugar de sus equipos y sólo
después de los grandes y famosos, en Jaén lo hacemos al revés y únicamente nos
interesamos de nuestras cosas, de lo nuestro, al final de la serie. Es como lo
de Teruel pero desde dentro. Si ellos se lamentaban de que los demás les hemos
dejado a un lado, en Jaén, en nuestra tierra, somos nosotros los que a veces
desatendemos nuestras cosas.
Es justamente lo que, como símbolo,
está pasando con el enojoso asunto del euro que se cobra en el aparcamiento de
la zona Oliva.va para el club, para el Real Jaén (que por cierto a lo mejor
siendo voluntario sería mejor aceptado). En ese escenario no se analizan los
sentimientos personales ni los puntos de vista individuales. De lo que se trata
es de colaborar con una institución nuestra. A uno puede no interesarle el Real
Jaén ni el fútbol y ni siquiera el deporte pero, si hay algunos miles de
jaeneros, de convecinos nuestros, interesados en esa actividad, hay que
echarles una mano por modesta que sea. Y eso no significa nada más. Es como si
la Universidad nos pidiera una colaboración, también simbólica, y uno cometiera
la tontería de justificar su negativa asegurando que le atrae más y considera
más relevantes a las universidades, por ejemplo, de Oxford o la Complutense,
que llevan muchos siglos de existencia.